La deforme criatura traída a la vida por Víctor Frankenstein le pregunta a esa bellísima posesa interpretada por Eva Green (firme candidata a una de las nuevas maravillas del mundo) si le gusta la poesía. Green responde:
“All sad people like poetry. Happy people like songs“.
[“A las personas tristes les gusta la poesía; a las felices, las canciones”.]
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Es que he estado viendo Penny Dreadful. Es una lástima que una buena y entrañable idea trastabille tanto por falta de un editor, presumiblemente; o de presupuesto, o de tiempo quizá. En cualquier caso la ausencia de esa visión arruina aquello que pudo ser, y eso sí está prometido fielmente. El guionista le sale debiendo a los personajes que (re)creó, de la misma manera que el doctor Víctor Frankenstein le deberá para siempre un mejor mundo a su criatura.
El doctor nutrió la educación de su experimento con una dieta rigurosa de libros de poesía, supeditado el objetivo de que éste llegara a ser casi humano —y el monstruo lo será demasiado más. Llega a inventarse un pasado cuando le preguntan si es creyente: “Cuando era joven leía La Biblia; luego conocí a Wordsworth”. Quién sabe si esa es la forma que tiene de afirmar la fe un objeto animado que, por funcionalidad, se hace llamar a sí mismo John Clare —homónimo de un romántico inglés.
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Pienso en la esencia del monstruo: un no-muerto melancólico y suturado con aleaciones de materias ajenas y sólo parecido a la vida por la descarga del relámpago. Como los poetas; al menos esos que lo constituyen y por lo que siento que son versos las costuras que mantienen atado su cuerpo: como si en cualquier momento lo que ciñen fuera a estallar.
No hay una diferencia sustantiva entre él y lo que siente —y eso debe ser terrible.